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77 Million Paintings, ¿la obra de arte definitiva?

Casi todo el mundo ha oído hablar de Brian Eno: músico, compositor, productor, cantante y artista visual. Inició su carrera musical en Londres en 1971 como miembro de la banda de glam Roxy Music, aunque dos años después la abandonó por diferencias creativas con el cantante Brian Ferry. Comenzó entonces a trabajar en discos de música electrónica con un alto grado de experimentación. En 1973 publicó junto a Robert Fripp No pussyfooting, utilizando un sistema de doble grabación y delay en cintas. Sus métodos para hacer música le llevaron a la necesidad de buscar nuevos métodos de notación gráfica, como habían hecho algunos compositores de música clásica durante el siglo XX. En 1972 fue destacado integrante de la orquesta Portsmouth Sinfonia en la Escuela de Arte de Portsmouth, entre cuyos miembros se encontraban también Gavin Bryars o Michael Nyman.

77 Millions paintings

No obstante, el nombre de Brian Eno está indisolublemente ligado a un género: el ambient. A él se le atribuye la paternidad del término y su propio concepto: música cuya intención no es ser escuchada por sí misma, sino para "modificar la percepción del entorno". Aunque la idea de 'música de fondo' (background music) ya existía con anterioridad (el término musique d'ameublement ya lo empleó Eric Satie en 1917), es Eno quien la populariza: su álbum Discreet music (1975) se considera la piedra fundacional del género, que fue seguida por su famosa serie 'Ambient': Music for airports (Ambient 1), The plateaux of mirror (Ambient 2), Day of Radiance (Ambient 3) y On Land (Ambient 4). Igualmente influente fue My life in the bush of ghosts (1981), para el que contó con la colaboración de David Byrne.

También fue muy temprano el interés de Eno por experimentar con la luz y con la imagen, creando sus primeras videoinstalaciones ya en 1978. A través de ellas expande su personal estilo, combinando música e imágenes en formas audiovisuales que se han expuesto en galerías de todo el mundo, de Londres a Tokyo pasando por Nueva York.

Estas instalaciones multimedia no se entienden completamente sin conocer el concepto de 'música generativa'. En 1996 Eno colaboró con la compañía SSEYO para desarrollar el sistema 'Koan' de música generativa: un software que permite al músico ajustar 150 parámetros musicales y sonoros, a partir de los cuales el ordenador produce sonidos de forma improvisada.

Y así llegamos a 77 millions paintings. En esta instalación, cuya primera versión data de 2006, Eno aplica los principios de música generativa tanto al sonido como a la imagen. Sobre 12 pantallas en composición romboidal se proyectan, secuencial y aleatoriamente, más de 300 imágenes cuyo número de combinaciones posibles llega a los mencionados 77 millones. Al ritmo establecido, un visitante debería esperar 450 años para tener la certeza de que ha visto la misma combinación dos veces...

Es una idea sencilla, como el propio concepto de ambient, pero si algo caracteriza la producción de Eno es su habilidad para envolver lo sencillo de una profunda reflexión. En la sala no tenemos ningún control sobre lo que vemos y oímos. Es más, dado el elevado número de combinaciones posibles incluso el momento elegido para asistir a la exposición hace de cada visita una experiencia única e irrepetible. También para el propio Brian Eno: en la 'creación generativa' el artista lo único que hace es 'plantar una semilla', sin conocer los resultados concretos que va a producir. Su obra de arte no está nunca concluida (aunque, paradójicamente, sí lo esté, porque está en su naturaleza no estar acabada). Con una idea sencilla (generar combinaciones aleatorias de imágenes y sonidos) Eno redefine las ideas de artista y espectador al mismo tiempo.

La lenta cadencia de 77 millions paintings se puede interpretar también como una crítica al deseo de satisfacción instantánea que se ha instalado en la sociedad actual. No hay nada instantáneo en esta obra. Se pide, se exige casi, una gran dosis de paciencia al visitante, pues nada ocurre rápidamente. Por momentos parece que, de hecho, nada ocurre. Las transiciones de una construcción visual a la siguiente son imperceptibles. Ahora se ve un rombo, sin darte cuenta se ha transformado en un molinillo y no sabes cómo pero de repente es una flor. Y así hasta el infinito: debemos aceptar que no hay ni principio ni fin, que se trata de un continuum eterno y que cada segundo estamos frente a una obra de arte diferente y definitiva que es ahora mismo, que no fue antes y que no volverá a ser después.

Frente al afán de detener el tiempo que trajo consigo el siglo XX, con la invención de la fotografía y el soporte fonográfico, Eno se plantea si nuestros descendientes en el futuro no nos preguntarán: "¿de verdad escuchábais y veíais lo mismo una y otra vez?".